El No se originó cuando lo nuevo, ofrecimientos de cambio, se volvió viejo e inútil; cuando el tono presidencial dejó una huella hiriente y humillante; cuando se redujo al país a la potestad de un estado fortalecido mientras todo bien humano se universaliza; cuando se apoya la informalidad como un “derecho al trabajo” acentuando la inequidad e incentivando la marginalidad de obligaciones y derechos constitucionales; cuando se minimizan las consecuencias del ingreso indiscriminado de extranjeros aumentando la inseguridad; cuando se coarta al ciudadano libre en su derecho a opinar en la calle mientras a los presos se reintegra el derecho político de votar; cuando se construyen obras de oropel como el puente San Vicente mientras a su lado su pueblo carece de servicios básicos; cuando reiteradamente se muestra al mundo la triste o nula diplomacia ecuatoriana; cuando se siguen dando discursos de show; cuando se asume la facilidad de culpar en lugar de afrontar; cuando se llama a consensos y se deja a la sociedad con la palabra en la boca; cuando se elige un Congreso (Asamblea) democráticamente y en la práctica no se debe a sus electores sino incondicionalmente al Ejecutivo; cuando se costea una publicidad de ensueño mientras hay realidades que se hacen más tristes cada día; cuando se trata al No como si viniese de disminuidos mentales o aptos de lavado de cerebro siendo solo el resultado de personas ejerciendo el derecho de opinión, con lo cual pueden estar acertadas o equivocadas.
El No es una rectificación de muchos que, pensando haber acertado al apoyar a Correa, finalmente se han convencido de su equivocación y lo han expresado frontalmente.
El No solo tiene un propulsor, el mismo Gobierno que por quedarse mucho en las formas dejó en el camino el fondo de su razón de ser.
Un Gobierno que cumple termina teniendo la mejor publicidad, la de un pueblo reconocido.