El mundial de fútbol reciente ha sido el mayor espectáculo de masas de los últimos tiempos y la final entre Croacia y Francia no lo fue menos. Pero también ha sido una buena ocasión para conocer y evaluar a un pequeño país (Croacia) en tamaño y población y, al mismo tiempo, sorprendernos con la belleza y grandeza de su señora gobernante.
Kolinda Grabar-Kitarovic no solo es la guapísima Presidente de Croacia que pudimos observar en redes sociales y en la final, sino que además nos dio a todos, unas cuantas leccioncitas de ese señorío y rectitud de comportamiento que tienen muchas mujeres, con toda su gracia y donaire.
Así nos enteramos que ella acudió a respaldar a su selección viajando en clase turista de un vuelo comercial (nada de usar ningún avión presidencial); sin guardias del cuerpo (ya que le tiene sin cuidado que pueda sufrir algún atentado); pagando de su propio bolsillo sus pasajes, restaurantes, hoteles y entradas a los partidos; pidiendo licencia sin sueldo por los días de su ausencia al frente del gobierno (nada de prebendas ni jugosos viáticos) y como si fuera poco, situándose en los graderíos del estadio en medio de las barras de sus connacionales, rodeada y protegida por el cariño y el respeto de su gente.
Cuando la descubrieron los funcionarios rusos fue llevada a la tribuna principal y atendida como jefe de Estado que es, aunque en la ceremonia de premiación se tuvo que aguantar con desenvoltura, junto a Macron, el torrencial aguacero que cayó, mientras que Putin era resguardado con un paraguas que no tuvo la delicadeza de cederlo a la dama que estaba a su lado.
Más allá de estos episodios puntuales, lo que se pone en evidencia es el respeto extremadamente escrupuloso de los dineros públicos. Recién nos enteramos de que un mandatario no debe creerse el dueño de los bienes del Estado sino su más leal custodio y protector.
Lecciones que no aprenderemos nunca.