La vivienda, otra vez de oferta

Ciertos candidatos ofrecen dotar, e inclusive alguno, regalar viviendas a los más pobres. Presentan maquetas e imágenes que tildan de bonitas, jugando con la ilusión de los necesitados. Se sigue insistiendo en modelos de hace 60 años ya caducos; homogeneizados y estandarizados, que provocan un nuevo tipo de tugurización. Basta mirar lo que fue y lo que son hoy los programas de vivienda masivos. Sus propietarios lo transformaron según sus necesidades. Fracasaron los productos talla única, ajenos a la dinámica de una familia que crece, progresa y se transforma. No conocen la realidad de la gente y sus aspiraciones; solo interesan las estadísticas. El apremio no solo está en la vivienda nueva; principalmente radica en el reforzamiento y en el reciclaje de viviendas ya construidas. Las ciudades, sin necesidad de extenderse, pueden alojar a más del doble de la población con la que hoy cuentan, con ahorros en infraestructura y cerca de los lugares de trabajo, educación y comercio. Y uno más importante, mantener las condiciones para las buenas vecindades, la base de una ciudadanía. Pero primero hay alentar y apoyar procesos productivos, preferentemente en las urbes intermedias y pequeñas; y a la vivienda, como consecuencia de ello. Permitirá disminuir el actual desequilibrio y la presión migratoria hacia las grandes ciudades. Es una manera de política pública horizontal y participativa diferente al mecenazgo acostumbrado. ¿Será posible que el próximo gobierno acometa de manera racional y responsable a la vivienda como un elemento estructurante de la dinámica social y económica, en vez de un objeto de campaña?

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