Justo desprecio e indignación

La peste no solo es aquella que se ha instalado en nuestras vidas, causando muerte y dolor profundo, serios daños en la salud, pánico y temor, angustia y desesperación por la necesidad de “parar la olla”, indiferencia de muchos, y es, también, tener que soportar la podredumbre humana, que, muy real, es más peligrosa y dañina que la primera: genera frustración, rabia y desconfianza entre todos los ecuatorianos.Así como el “bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles”, como dice el doctor Rieux en La Peste de Albert Camus, en nuestro país la peste de la corrupción, aupada tantas veces desde las más altas esferas del poder, practicada en ese mismo nivel y del que va en descenso, tampoco muere, no se duerme, está más despierta que nunca. No le da la gana de irse jamás.Cada día un nuevo escándalo; cada apretada, aunque sea ligera y breve, expulsa pus nauseabunda, y, mientras más precaria es la situación reinante entre la población, sin distingos, los corruptos siguen campantes, tienen cómplices y encubridores. Pertenecen al mismo círculo y saben que la que duerme y probablemente no despierte nunca para ellos es la justicia: que bien tapados tiene los dos ojos y es sorda consuetudinaria ante el clamor popular. Asco provoca constatar cómo la sanción ha sido severa para el que se roba la gallina y nula para el que desfalca y se lleva sacos de dinero; dura para los de poncho e inexistente para los que delinquen en tiempos de terremoto o de pandemia; estricta para los de color y complaciente con los de cuello blanco; rigurosa siempre con los mismos y ficticia y aparente, también, para esos mismos.

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