Acostumbro a ir a una pizzería cercana a mi domicilio junto con mi familia. Allí, un joven de origen colombiano, nos atiende con mucha cortesía por lo que hemos entablado sana amistad. Pedro (nombre figurativo), casado, con una hija pequeña, vive en las cercanías de Quito. Todas las madrugadas, se levanta a una hacienda cercana, donde ha sido también contratado para realizar labores de ordeño y así tener un doble ingreso. Un tipo muy simpático, trabajador y amable.
En la madrugada del 5 de noviembre, conducía su moto para llevar a su esposa a las labores diarias. En algún sitio del carretero, un auto los embistió, causando un accidente grave, donde su esposa falleció al instante por el golpe. Él, con varios golpes en el cuerpo salió sin mayores complicaciones. El autor del choque, fugó del lugar sin dejar ninguna evidencia.
Ahí empezó el calvario para Pedro. La Policía al no encontrar evidencia, lo detuvo y se lo llevó a la unidad de flagrancia de La Pradera, aduciendo algo absurdo. Como el autor del accidente fugó del sitio, Pedro debía ser detenido por supuesto homicidio culposo. Nadie ayudó a Pedro para saber si los golpes o su estado de salud eran buenos. Su esposa fue llevada a la morgue. Su pequeña hija quedó al cuidado de algún familiar.
Su patrono, un señor también muy amable, se apersonó del tema para ayudar a Pedro, a fin de que pueda ver su hija y coordinar los trámites de sepelio de su esposa. Acudió a la embajada de Colombia para que la ayuden en este penoso caso.
Al momento de escribir esta carta, un día después del suceso, Pedro seguía privado de libertad sin recibir la mínima atención médica. Su esposa abandonada en la morgue, su hija sin ver a su padre, su patrono angustiado buscando toda clase de ayuda legal, los familiares de Colombia sin poder llegar por una huelga. Triste situación. Pedro, es víctima de una justicia ecuatoriana caduca e indolente. El autor del siniestro fugó.
Juan Carlos Sosa T.