En ella se dice que “un pleito en la sinagoga acabó en interminables persecuciones cuando el cristianismo se transformó en la religión de Roma por el Edicto de Tesalónica (año 380). Desde entonces y por los próximos 1 600 años los judíos fueron caracterizados como perversos, avaros, traidores y sucios (…) Obligados a abjurar, aparecieron instituciones -la Santa Inquisición-, que tenía entre sus objetivos destruirlos o “purificarlos” en sus hogueras.
No parece demasiado acertado afirmar que las diferencias religiosas entre judíos y cristianos desembocaran finalmente en el edicto de Tesalónica.
Aunque ciertamente, el Edicto transformó el cristianismo en la religión oficial del Estado romano, parece una imprecisión afirmar que este decreto selló la suerte de los judíos. Presentaba dificultades para el ejercicio de su religión, pero de ahí, a afirmar que fue el origen de la persecución de su raza, media una distancia notable.
Es falso afirmar que la Inquisición tuvo como fin destruir a los judíos. Se trataba de una institución de origen y fin políticos que pretendía, unificar el mapa religioso. Es impreciso y genérico también hablar de “Inquisición” porque este nombre abarca una serie de tribunales de diversos países y orientaciones religiosas con muy pocos elementos en común.
El artículo omite la mención de un hecho, que desde la historia parece mucho más interesante: la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. y la posterior expulsión de los judíos. Esta sí que se trató de una medida contra el pueblo hebreo en general y no solamente contra su religión.
Lo mismo puede afirmarse de la persecución judía en el régimen nazi.