Conocí a Jorge Ribadeneira Araujo hace 50 años cuando me iba a casar con su hermana Lourdes. Simpático, informal, interesante y cariñoso desde el primer día. Fue él quien inició la saga deportiva de los Ribadeneira Araujo. También era el intelectual de la familia, había trabajado en la Biblioteca Nacional, en la que se había leído los libros y novelas de rigor de esa época.
Conversar con él siempre era exultante, sabía bien de lo que hablaba y entre relato y relato filosofaba o concebía un razonamiento de lo sucedido. Era muy tolerante y sobretodo muy comprensivo.
Soflaquito, como le llamaban sus compañeros periodistas, era respetado y querido. Hacía lo posible para no despertar recelos. En una ocasión en la que fue ascendido a una importante posición en EL COMERCIO, pidió al Gerente que no le suban el sueldo para no despertar sentimientos negativos en quienes después de haber sido sus compañeros pasarían a ser subalternos.
A Jorgito le encantaba escuchar, contar y hacer encuestas. Todos los fines de año preguntaba a todo el mundo quién era el hombre o suceso del año. Y cuando habían elecciones, nos solíamos reunir en mi casa y apostábamos -sin dinero- por los resultados, todo ello siempre acompañados de su maravillosa madre que con 80 años seguía la política más de cerca que muchos de nosotros. Compartíamos un fenomenal almuerzo y tragos, sin que nunca haya habido un momento tenso en la familia.
Jorge no tuvo hijos, pero sí sobrinos a los que quiso como a hijos. Y tuvo una esposa -Teresita- que lo cuidaba y festejaba con devoción.
Los editoriales de Jorge eran mesurados, podían tener un mensaje de advertencia pero nunca de sentencia.
Sus libros, recopilaciones de artículos y anécdotas, muy divertidos y testimonios de toda una vida quiteña.
En su vida personal era muy despistado, Teresita debía cuidarle como a un niño, él era capaz de salir a la calle con zapatos de distinto modelo y color. Un día que jugamos tenis en el Club Buenavista, en el que se proveían desodorante y talco, se fue llevando los dos creyendo que su esposa le había puesto en el maletín.
Mi divorcio con su hermana nos separó unos años, pero un buen día él me llamó y nos abrazamos y lloramos juntos.
En mis casi 73 años de edad, debo decir que Jorge Ribadeneira es el ser más maravilloso que he conocido en mi vida.