Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena”. Hablar de la barbaridad que cometió el IESS al fiarle al gobierno USD 17 500 millones; imaginar al Banco Central –que en todo el mundo es la última línea de defensa económica de los ciudadanos- dándole $5 000 millones más de nuestra plata ‘para que se gaste’, y para colmo, encomendarle al señor Espinosa a que fíe en España lo que tiene en un cajón colmado de bonos y sin nuestra autorización como accionistas de la empresa, es confirmar que en realidad somos vecinos de Utopía, la ilusoria isla de Tomas Moro. Allí nos asentamos optimistas y hace 86 años, el patriota y visionario Isidro Ayora ‘inventó’ estas dos instituciones que darían seguridad económica y de salud a los ecuatorianos. El ahora IESS empezó a custodiar nuestra plata, a servir con eficiencia y paradójicamente a estimular la aparición de otros ‘visionarios’, pero de cómo llevarse esa plata. Desaparecido Ayora, los subsiguientes jefes nos fueron impuestos y nuestra gran empresa llamada IESS comenzó a ser asaltada. Ahora los ex jefes y técnicos que si existen y saben con decimales el monto del perjuicio, hacen mutis por el foro y prefieren ‘cuidar su imagen’ frente a las próximas elecciones que si las ganan, tampoco servirá para que atinen con el remedio. Construir y construir es el delirio de los revolucionarios; comprar y comprar equipos médicos que no hay quien los maneje es su quimera; echarle la culpa al petróleo, al dólar y a las clínicas particulares (cuyos convenios con el IESS están siendo rescindidos unilateralmente con acusaciones sospechosas que como siempre ha ocurrido, solo buscan trampear) de la debacle del Instituto, es un cinismo que da vómito. Gandhi tuvo razón.