Un programa de TV con ídolos de la música popular tiene la sana intención de promocionar valores jóvenes que tomen la posta o incrementen el número y calidad artística con los que actualmente se cuenta.
Lamentablemente, los aspirantes, calificados como “soñadores”, a más de manifestar su deseo de participar en este ‘reality show’, publicitan sus calamidades que desgarran el corazón de los televidentes y distorsionan totalmente el espíritu del concurso.
Esto incluye fotos, escenas conmovedoras, abrazos entre hermanos, añoranzas de padres ausentes; diagnósticos médicos patéticos, necesidades que van desde una casa o un carro hasta la operación de corazón abierto de un familiar.
De esta manera el concurso de canto se transforma en concurso de desgracias, que se matizan con preguntas impertinentes de la guapa conductora cuando inquiere información sobre el caso hasta extremos que invaden la esfera íntima del dolor del concursante y provocan lágrimas.