Celebro que se esté dando el debate sobre la jubilación especial de la mujer trabajadora. Escuché respetables opiniones vertidas por dos asambleístas, por una dama que está al frente de esta ponencia, por el Director General del IESS, así como la entrevista a una distinguida profesional guayaquileña que leí en la edición dominical de EL COMERCIO. Están contribuyendo a sacar a la luz la situación real que vive laboralmente el género.
Me permito contribuir con un argumento que no he encontrado en ninguno de los exponentes: como trabajadores por más de 30 años en una empresa textil que produce las 24 horas y los 7 días a la semana, hemos vivido lo que significan los turnos rotativos nocturnos, el laborar los fines de semana cuando los demás miembros de familia están en el hogar y otras situaciones que definitivamente han afectado las condiciones de salud física, familiar y emocional de la mujer obrera; a unas más, a otras menos. Hoy mismo muchas de ellas están viviendo situaciones de deterioro de su salud y se han esperanzado mucho en la aprobación de esta Ley de Jubilación Especial.
Es posible que una buena proporción de mujeres no deseen y/o no deban jubilarse tempranamente porque están en la mejor etapa profesional de su vida o porque las condiciones laborales les son favorables tanto por su ambiente como por los ingresos económicos; pero vale que los asambleístas tomen en cuenta en el segundo debate del proyecto, a las situaciones especiales como las que he tratado de hacerles conocer para que tomen acertadas decisiones que beneficie a las trabajadoras que sí lo necesitan.