La humildad está alineada a lo que es virtud, sabiduría y sencillez. Los expertos en liderazgo dicen que el ser humano cuando es humilde sabe reconocer sus fortalezas y debilidades, lo que le permite establecer un equilibrio emocional, traducido en madurez. No obstante, cuando su dios es el dinero y tiene poder, se empecina en mostrarse soberbio, altivo, autosuficiente. Dicho de otra forma, termina no siendo humilde.
No podemos olvidar que el dinero es fugaz y que el poder no es para siempre, es más bien sinónimo de servicio, siendo más gratificante dar que recibir. ¿Dar qué? Desde una sonrisa, un gesto amable, un gracias, un hasta siempre. Prueba de lo expresado es el terremoto del 16 de abril, que evidenció que en el país -ante una catástrofe de esta naturaleza- hay personas generosas que ayudan sin esperar nada a cambio, lo que les convierte en humildes, ya que esas acciones son fortalezas que los hace adalides silenciosos en una cancha en la que no hay figuras. Todos son un equipo con visión de servicio.
Pero si de humildad se trata, entonces sí hay mucha tela que cortar. Nuestro gobierno, por ejemplo, consideró que el país necesita gente preparada y dispuso que para ser docente universitario, uno de los requisitos sea el tener una maestría. Y que para acceder a las categorías superiores debe exhibir un PhD. El requisito exigido se lo ve procedente y, con sacrificio, alcanzable. Pero esta nueva condición no los debe marear y al sentirse muy bien preparados, ver por sobre el hombro al resto de mortales, olvidándose que bien preparados también están los cuyes de Mocha en donde la principal gestora es doña Diocelina, quien sin necesidad de PhD prepara unos platos deliciosos que han sido degustados hasta por el propio Presidente de la República.
Los verdaderos PhD deberían ser los que además ostenten un Pht (puras horas trabajadas) y un Htp (Humildad a toda prueba).