Si nos detenemos a pensar, en forma concienzuda, sobre el rol que desempeñan los maestros, nos daremos cuenta que ellos son los verdaderos héroes y forjadores del futuro de los pueblos. Con ellos aprendimos nuestras primeras letras, afianzamos valores, fortalecimos nuestro espíritu y somos lo que actualmente somos: buenos y responsables profesionales o, en ciertos casos, fracasados seres humanos. Pero no por ello debemos responsabilizar al maestro; los marginados son tan solo el resultado de sus acciones y decisiones equivocadas que los llevaron a actuar de diferente manera.
Ante esta premisa, nos preguntamos asombrados ¿Cómo es posible que no se le dé al maestro la importancia y el trato que se merece y que las autoridades que, curiosamente, otrora fueron sus pupilos, no se sensibilicen ante esta dolorosa situación de desamparo en que se encuentra, actualmente? Forzarle a iniciar una huelga de hambre para reclamar sus justas aspiraciones y derechos resulta por demás inaudito y, porque no decirlo, humillante; más aún cuando sabemos que ni la Corte Constitucional ni el presidente Lasso, han tratado de dar una inmediata solución a este clamoroso pedido, haciéndose de “los oídos sordos”; habida cuenta de que una gran mayoría de docentes, activos y jubilados, le consignaron su voto en la firme esperanza de mejores días, tanto para el gremio al que representan como para la patria toda a la que, día tras día, dedicaron y siguen dedicando todos sus esfuerzos.