Según una reciente síntesis por María Kouloglou en la revista Quillette, nos importa menos la vida de los hombres que de las mujeres. Tal afirmación, fundamentada en la hipótesis del “hombre desechable”, se sostiene con evidencia de estudios de sicología evolutiva y de ciencias penales.
Bajo situación de estrés y riesgo, preferimos sacrificar la vida de hombres al de mujeres y las penas por homicidio suelen extenderse cuando la víctima es mujer. Además, los hombres son víctimas más frecuentes de homicidio, violencia, suicidio, indigencia y son quienes ocupan los trabajos más peligrosos del mundo. Es particular la observación de Kouloglou sobre la violencia de género a escalas masivas o genericidio, como el asesinato selectivo de miembros del sexo masculino en el genocidio de Ruanda y la masacre dirigida a hombre y niños en Srebrenica.
Sin embargo, se tiende a minimizar el sufrimiento masculino y maximizar la violencia y muerte en mujeres. Las explicaciones, para algunos, se fundamentan en percepciones y posturas culturales que refuerzan las diferencias entre los sexos; para otros, en cambio, la explicación está impresa en nuestros genes y nuestra herencia evolutiva. No cabe aquí explicar lo que hace que mujeres y hombres seamos intrínsecamente distintos, en nuestro genoma y desarrollo. Cabe, no obstante, señalar que existe sesgo, quizás innato, quizás cultural, en la percepción de muchos sobre la desigualdad entre los sexos.