La historia de Arthur y el horror diario de perros atropellados en nuestras ciudades y carreteras debe hacernos reflexionar sobre la condición moral de nuestra sociedad.
El elevado número de animales abandonados en las calles, la preocupante frecuencia de cadáveres de perros en las veredas de nuestros barrios, la insensibilidad de nuestra gente frente al sufrimiento de otro ser vivo son síntomas de una sociedad enferma, impasible a la muerte y sufrimiento.
O, al menos, de una municipalidad indolente e incapaz de detener este horror, que frente a ojos de turistas y nacionales desdice de la honorabilidad y decencia del ecuatoriano. No creo que el argumento de la pobreza justifique nuestro trato hacia los animales; más bien es un tema de cultura, respeto, responsabilidad y conciencia.
Un perro destrozado en cualquier vereda de Quito (o cualquier ciudad y pueblo) y la falta de acción sobre esta muestra vergonzosa de condición moral es síntoma de que hay algo perverso en los ecuatorianos.