Es triste observar como Quito es permanentemente dañado por grupos vandálicos que llenan de grafitis la ciudad; definitivamente no se salvan fachadas, puentes, veredas y, lo peor, monumentos y casas patrimoniales. Se pinta una casa o se inaugura una obra, y al otro día ya los grafiteros la están destruyendo con su garabatos (por cierto debo aclarar que hay jóvenes que hacen honor al término de artistas del grafiti, pero lo realizan, como debe ser, en lugares permitidos y con ilustraciones adecuadas). Pero, los otros, esos sí mal llamados “artistas urbanos”, atentan contra la ley, ornato y orden de una ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Si la ciudadanía no se organiza denunciando a esos vándalos y las autoridades pertinentes atrapen y sancionen a estas bandas de manera ejemplar, no se va a dar por término a ese atropello de individuos que se burlan de las leyes y normas. Por otro lado, la construcción del Metro de Quito es una obra que sin lugar a dudas va a beneficiar a la ciudad, a una urbe que por su geografía se ve impedida de echar mano de medios de transporte masivo como el famoso tren ligero o un tranvía, ideas contrarias al sentido común. Las más grandes urbes del mundo disponen de un Metro: Londres lo inauguró en 1863, y tiene 274 estaciones al momento; Nueva York, en 1904, con 475 estaciones; París, 1900, con 303 estaciones; Madrid, 1919, con 301 estaciones; ciudad de México, 1969, con cerca de 200 estaciones; Santiago de Chile, inaugurado en 1975, con 100 estaciones, entre tantos ejemplos más. ¿Será que en esas ciudades se equivocaron o están locos? Sería inconcebible –solo por poner un ejemplo–movilizarse en Nueva York sin la ayuda del metro (en inglés subway). ¿Por qué siempre la gente en nuestra sociedad ecuatoriana tiene ese anacrónico paradigma cultural de oponerse a todo, siempre sin argumentos sólidos y con una carencia preocupante de sentido común?