El pasado 5 de octubre falleció Steve Jobs (1955-2011), uno de los dos fundadores de Apple Computer Inc., empresa que a partir de 1976 revolucionó el mundo de la computación, borró de su lista de competidores a AT&T y la famosa IBM. El mismo y sugestivo logo de la manzana mordida invitó al consumidor a probarla y a ser partícipe de su reto permanente de innovación, y en realidad… ¿quién no ha usado sus productos?: desde la Apple I, la Apple II, la IMac, la Mac Cube, la Lisa, la Macintosh, hasta la iPad, computadora táctil, la MacBook Air. En el mercado de la música lanzó el iPod y en el de los teléfonos introdujo el iPhone, con cientos de millones de unidades vendidas. ¡Cuánto le deben a la Mac de Apple los diseñadores gráficos y el mundo de la publicidad! En una carrera de riesgos y superación de 35 años, Apple se ha convertido en la segunda empresa a nivel mundial en razón de sus activos (USD 355 000 millones), superando a la dinámica Microsoft de Bill Gates y únicamente por debajo de la petrolera Exxon Mobil. Indudablemente que gran parte de este éxito se debe a Jobs.
Si Einstein fue el gran transformador de la primera mitad del siglo XX, Jobs lo es de la primera del siglo XXI; su carácter firme, su audacia sin límites, su inteligencia para avizorar el futuro, le ha convertido en el más grande visionario, un verdadero mago del conocimiento y promotor de los productos que el equipo de élite bajo su estricta tutela fabricó. Jobs es un ejemplo claro del líder inspirador e intuitivo, del técnico dispuesto a cambiar la misma idiosincrasia humana, las costumbres y el modo de vida de las presentes y futuras generaciones. La industria de la comunicación, de la música, la editorial, la publicitaria y ahora hasta la del cine, han sido transformadas por el genio de este hombre sencillo, egocéntrico y audaz, capaz de atreverse a pensar diferente, un inadaptado cual Harry Potter. Steve Jobs será recordado no solo por incentivar el uso de aparatos portátiles que siendo aparentemente de lujo, los convirtió en necesarios para el hombre; lo será además, por su permanente asumir de riesgos, su adicción ferviente por la perfección, un clásico ejemplo del genio que sabe que solo la calidad tiene futuro y únicamente la búsqueda de la excelencia consigue las grandes transformaciones para la humanidad.
Al recordar su trayectoria y su prematura ausencia, hacemos un sencillo pero sentido homenaje a este excepcional ser humano.
Víctor Rodrigo Ramos