Y han llegado a su fin festejos por la fundación española de la más bella ciudad en los Andes. Pero me dejan un sabor más amargo que dulce. No sé, me han parecido diferentes, tristonas para quienes sentimos que algo o mucho nos han robado. Hay que viajar a Latacunga para ver una buena fiesta del arte de torear ya que, por unos pocos nos la dejamos arrebatar por grupos anti taurinos que no entienden ni la tradición ni la belleza del toro de lidia que vive y renace para morir en una plaza. Y nosotros callados. Tan callados como hace años no lo estábamos, como cuando cambiaron el himno de la ciudad. Callados cuando se han tomado nuestras plazas y calles como si fueran del líder de turno y sus seguidores.
Callados, sin protestar como solíamos hacerlo ante el menor asomo de abuso y peor despotismo. Tomo un comentario inteligente de un periodista de radio la Red y con él pregunto, ¿tanto cambiamos los quiteños? ¿dónde están los forajidos? ¿Qué nos pasó? Y así no he podido gritar “que viva Quito” sino lo que decía el periodista debería ser nuestro nuevo grito: “que re-viva quito” (de revivir) para salir a recuperar lo que nos han quitado y no hablo de las fiestas sino de nuestros derechos para expresarnos libremente, para disentir con los detentadores del poder, para exigir cuentas de su labor sin fiscalización alguna en más de una década, que nos expliquen por qué tanto negociado con la refinería, con todo lo que amerite ser explicado sin que nadie nos tache de anti patrias, derechistas o enemigos de la “revolución” .
Soy un social demócrata que cree en los gobiernos democráticos, en la justicia social con libertad y por eso, más allá de los riesgos me acojo al derecho de expresar lo que siento.