Es difícil encontrar un eufemismo para la corrupción, que es mala, dañina y perjudicial, pero la impunidad es peor, porque desmoraliza a la sociedad. Al parecer, el verdadero “festín del petróleo” ocurrió en estos últimos años a raíz de la repotenciación de la refinería de Esmeraldas, por los hechos que son de dominio público, producto de la diferencia entre costos teóricos y desembolsos realizados.
Es claro que primero organizaron una sofisticada trama de corrupción que en lenguaje jurídico podría tipificarse como concierto para delinquir y peculado, pero, ¿cómo sucedió la conversión de burócratas aparentemente honestos en verdaderos cerebros de la mafia? Quizás por causa de una burocracia obesa, mal administrada y sin controles adecuados, amén de la facilidad de contratos a dedo, mal llamados de “emergencia”.
A juzgar por las referencias en documentales y series de televisión, el mayor problema en estos casos es la movilización –logística- de dineros ilícitos, se entiende en cantidades enormes, sin alertar a las autoridades; entonces recurrieron a las “caletas”, al más puro estilo de Pablo Escobar, y, por supuesto, a las transferencias off shore, con nombres ficticios o acrósticos a manera de criptogramas.
Creemos que el pueblo vería con agrado que este Gobierno postulase a los denunciantes para cargos de control, así no llegaren a nombrarlos, pero al menos sería una señal de que intentan rectificar errores, máxime cuando se trata de dineros del erario público tan necesarios en estos aciagos momentos, por ejemplo, para la reconstrucción de Manabí.