Fauna: conjunto o tipo de gente caracterizada por tener un comportamiento común y frecuentar el mismo ambiente (RAE, tercera acepción).
Por ello, en los estratos del poder se concentra un grupo que tiene como antecedente común un ajetreo de campaña con un slogan “ideológico”, cuya ideología nunca se ha logrado descifrar. Las herramientas utilizadas para fagocitar a la democracia están enmarcadas en el populismo y la demagogia.
El populista seduce a un pueblo mediante el encanto de sus argumentos y engaña a las instituciones que se basan en la confianza. Los populismos contemporáneos se nutren de la decepción, efecto social que tiene como antecedente a los malos gobiernos. Pero empeoran las cosas, tornando el delicado andamiaje del estado en un espejismo que, con el esquema centralista totalitario, históricamente fracasado, se insiste, en favor de satisfacer las tragicómicas aspiraciones de estos personajes pintorescos, uno y otro convencidos de ser presidenciables, asambleístas, administradores de justicia, etc. El pueblo engañado legaliza con su voto las imposturas que emergen a partir de su propia desgracia.
El populismo ignora el rostro del pueblo, no sabe si hacer un desgobierno con ese pueblo real que lo llevó al poder o con un pueblo imaginario que pretende crear, sólo existente en las arcaicas páginas de la fauna ideológica “revolucionaria”, sustenta en una erudición gelatinosa (meritocracia), como lamentable reemplazo de la sabiduría, léase esto último como prudencia al gobernar.