Descalificar al contrario endilgándole la categoría de fascista es una actitud recurrente entre algunos gobernantes y políticos de América Latina. Lo mencionan los llamados regímenes bolivarianos para referirse a opositores, pero también sectores de izquierda y derecha que critican a esos gobiernos. ¿Quién tiene la razón? Juzgue usted.
Definir fascismo es entrar en terreno pantanoso aun entre politólogos y otros estudiosos. Lo que está claro es que el fascismo tuvo sus máximas expresiones en la Alemania de Hitler y en la Italia de Mussolini. Se discute si fueron fascismos el de Franco en España y el de Perón en Argentina. Curiosamente, ninguno de estos personajes históricos llegó a definir qué es fascismo y entre ellos hubo grandes diferencias.
En lo que parece haber algún consenso es que no existe hoy un Régimen fascista. Lo que perviven son rasgos fascistas en algunos . Se trata de elementos contrarios a los definidos como propios de las democracias representativas, donde son esenciales los pesos y contrapesos institucionales, rendición de cuentas, transparencia, procesos electorales equilibrados y respeto a las minorías y a las libertades, entre ellas la de expresión.
Para Norberto Bobbio, uno de los más lúcidos politólogos contemporáneos, el fascismo es un sistema que trata de llevar a cabo el encuadramiento unitario de una sociedad que viene de una crisis, promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de reivindicaciones sociales y nacionales.
Uno de los padres de la sociología, Max Weber, destaca en cambio que el fascismo se proyecta como un movimiento salvador amenazado por un mundo hostil y frente al cual la autosuficiencia material e ideológica es la única esperanza.
Hay cierto consenso sobre otras características, entre ellas el autoritarismo, presencia de un líder carismático, nacionalismo, estatismo, llamado permanente a la unidad contra los enemigos, anulación de la disidencia, control de los medios de comunicación y desarrollo de grandes aparatos de propaganda. También, aunque no siempre de forma abierta, el racismo.
Para el fascismo, la verdad es propiedad exclusiva de un grupo y merece imponerse. Además, hay porciones de la sociedad que no pertenecen al “Pueblo” y deben ser eliminadas o marginadas.
Cuando usted escucha a los gobiernos venezolano, ecuatoriano o boliviano acusar de fascistas a opositores que reivindican la democracia liberal, uno debería al menos dudar. Cuando se registra lo mismo desde la vereda contraria, también. Aunque ciertamente en el ejercicio del poder bolivariano hay elementos que se ajustan al modelo fascista, eso no los convierte en uno de ellos.
Decir fascista al contrario es hoy un insulto para sustituir la falta de argumentos o alguna palabra soez, más que un señalamiento basado en conocimiento. Piénselo un poco más la próxima vez que lo escuche o lo diga.