La profesión de político implica una serie de responsabilidades. No puede ser político cualquier perico de los palotes, pues en sus manos está la toma de decisiones que marcan el rumbo de un país.
El proceso de selección de candidatos debe empezar por la evaluación de sus características: grado de cultura, conocimientos específicos, manejo de esos conocimientos, ponderación en sus manifestaciones públicas, y, sobre todo, respeto al pueblo.
Por ejemplo, para escoger candidatos a asambleístas, debemos cuidar que sean personas con un mínimo grado de cultura, el mismo que se evidencia en sus expresiones, en sus juicios, en sus presentaciones. También debemos considerar qué conocimientos tiene para poder participar en la elaboración de leyes: no pueden participar en la elaboración de leyes personas analfabetas, ni tampoco aquellas que en sus actividades falten al respeto de las leyes existentes.
Tenemos un ejemplo claro en las actuaciones de una abogada defensora del expresidente Correa, y, de una asambleísta partidaria del mismo expresidente. ¿ Puede formar parte de la asamblea o de un cuerpo colegiado una persona que, atropellando todo el andamiaje legal, visite a un (a) prisionero (a) protegido? Independientemente si trataron de torcer su testimonio, el solo hecho de realizar la visita sin respetar los procedimientos legales establecidos para realizar dicha visita, es ya, de por sí, un atentado contra el ordenamiento legal.
Lo realmente risible son los argumentos esgrimidos, tanto por la asambleísta como por la abogada, para justificar su visita. Estos argumentos son realmente una manifestación de un grado de mediocridad indigno tanto de una asambleísta como de una profesional del derecho.
Seguramente pensaron que todavía estaban bajo un régimen que todo lo tapaba y que esta visita no iba a ser denunciada. Bravo por la valentía de la prisionera que no tuvo ningún empacho en dar a conocer a sus abogados y a través de este al pueblo en general, de esta “tentativa” de influir en su testimonio.
La palabra de la asambleísta Espín y la de la abogada Cadena, simple y llanamente se degradaron y dejaron por los suelos su credibilidad.