El actuar de los políticos debe ceñirse a principios de justicia, veracidad, amabilidad y modestia, donde sus acciones son frutos de moderación, equidad y buen sentido.
De la justicia, porque solo así pueden hacer uso de un criterio razonable, basado en una vida intachable y plena de buenos ejemplos; de veracidad, porque antes de tomar cualquier decisión comprueba, que los hechos no solo sean justos ante la ley sino que los actos de las personas seleccionadas estén libres de sospechas, que puedan empañar el ejemplo que de esa verdad se quiera manifestar a la sociedad; de amabilidad, para que las acciones realizadas no sean motivos de burla y grosería para el pueblo que representan y de modestia, para que esas acciones, no sean producto de la imprudencia. Más vale dejar de hacer un acto público, a que éste por falta de verticalidad sea vergonzoso y desconfiado.
Un político moderado sólo reduce sus derechos legales pero afianza los de la naturaleza, en vista de que sus facultades humanas son limitadas. Así pues, un legislador busca llenar los vacíos de legislación, distinguiendo exactamente las cosas con moderación. La prudencia y la razón nos dan el buen sentido que ayuda a acumular aquellas acciones dignas de imitarse y rechaza, aquellas que vienen de la fortuna o el azar y cuyos resultados serán nefastos para los líderes y desgracia para la comunidad. La entrega tiene su recompensa y por ello se hace virtuosa, desdeña la ambición del aplauso, la retribución de la sociedad llega por sí sola, junto con la satisfacción de la conciencia, no necesita otro homenaje.