Existen grandes dificultades por las que atraviesa la economía nacional: destrucción de empleo adecuado, bajo crecimiento, persistente caída de los precios internos, déficit fiscal, entre otros. En estas condiciones, la pregunta relevante es cómo se pasa a una nueva situación en la que el liderazgo económico lo asuma el sector privado. El gobierno nacional ha apostado por la ley de fomento productivo, un ajuste gradual del gasto corriente y un recorte fuerte de la inversión pública y la puesta en marcha, aunque sin un plan previo, de sendos procesos de apertura comercial.
Para que este enfoque de políticas tenga resultados se requería que los empresarios vayan más allá que sus propios cálculos de riesgo económico, que asuman la vigencia de un futuro imprevisible, por tanto, se requeriría que florezca el “espíritu animal”, es decir, no el espíritu racional basado exclusivamente en el riesgo, sino en la confianza por sacar al país adelante. Esta visión exigiría concretar los diferentes proyectos de inversión, mayor dedicación por la alianza público-privada, una atención prioritaria a PYMES y pequeña producción agropecuaria y un profundo cambio de sentido de la banca privada para financiar producción y emprendimientos.