¿Nos traerá buenos augurios? Estamos conscientes que los seres humanos nacemos con sentimientos controversiales, unos buenos y otros revestidos de maldad, perturbados corazones, carcomidos por el odio, que se solazan con el dolor de sus hermanos. Por fortuna, muchos padres inculcan en sus hijos el amor al prójimo. Ya es hora que cese el encono, el infortunio, la desesperanza; que impere la paz y termine la maldad; que prime la solidaridad; transformando el llanto en sonrisa; el miedo en alegría. Es hora de solventar necesidades imperiosas del indigente ayudándolo en sus anhelos. En el hogar, los padres deberían inculcar a sus hijos el respeto a los demás, la honestidad y el gran don de la responsabilidad, que huyan de la droga y de tantos otros vicios capitales. Conocí a un padre ejemplar, responsable, que cabe señalar, hizo todos los préstamos y entregó en su hogar la morada ya propia a base de ingentes sacrificios, la señora cónyuge con mucha razón le expreso ¡eres un hombre maravilloso!, gracias por nuestra casita. O cuando los hijos llegaban del exterior con su título académico y uno de ellos le expresa a su padre con profundo sentimiento: “Gracias papito, tú eres mi dios”, qué congratulación con la vida. Como no querer que estos actos sean practicados por otros seres.
Pero en el anverso de la medalla, desafortunadamente también somos proclives a la perversidad, a la mezquindad, a esas miserias, a la prepotencia, al deseo de ser omnipotentes, de sobresalir triturando a nuestros semejantes, subyugándoles a ser incondicionales, codiciosos de más poder para demoler la mayor riqueza del ser humano ¡la dignidad! Embriagados de todas estas miserias como el gran Mefistófeles perverso que mira a su hermano sin misericordia. Hay que rendir genuflexiones. Gozamos con el insaciable apetito de daño a nuestro semejante. No perdonamos ni nos amilanamos ante nada y ante nadie, deleitándonos inexorables con las lágrimas de aquellos hogares desprotegidos que lloran a sus seres queridos muchas veces en las mazmorras de las tropelías, inmunes al dólar. Jesús en su oración al Dios Padre nos enseñó: “Y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¡Feliz 2012!