Constato con tristeza un hecho que viene siendo muy frecuente últimamente en todas partes: el desprecio al ciudadano. Y es que, son muchas las organizaciones privadas (con o sin ánimo de lucro) o públicas (entes gubernamentales incluidos; partidos políticos, también) que, a pesar de tener la intención de ofrecer un servicio al ciudadano (motivo para el cual dichas entidades existen), en la práctica actúan con desprecio hacia él.
Las hay que no ponen a disposición de consumidores, usuarios o simples habitantes los datos de contacto, haciendo imposible que puedan exponer sus dudas, inquietudes, preguntas, quejas o agradecimiento. Las hay que tardan en contestar o nunca contestan, provocando desesperación en quien ha de recibir respuesta y, talvez, haciendo que la información que se necesitaba sea ya inútil, porque se precisaba para determinada fecha que ya pasó.
Las hay que contestan simplemente para decir que ellos no pueden encargarse de tal o cual asunto, a pesar de que tenga mucho que ver con lo que hacen, y ni siquiera se toman el esfuerzo de redireccionar hacia otro organismo al ciudadano que ha manifestado su preocupación por un determinado tema.
¿Esta es la sociedad en que vivimos? ¿Cuál es la finalidad de estas organizaciones: servir al ciudadano o servirse del ciudadano? Desde hace algún tiempo están practicando lo segundo. Es necesario que vuelvan a los orígenes y aprendan de nuevo a escuchar las necesidades de aquellos a quienes han de servir. Sería muy bueno para todos y el mundo iría mejor.