Con mucha preocupación y elevado interés he venido siguiendo el curso técnico-operativo de este acontecimiento hidrogeológico especial que, en febrero ocasionó la desaparición de la Cascada San Rafael, ubicada en el sector del mismo nombre, en el límite de las provincias de Napo y Sucumbíos, en abril produjo la ruptura del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano, SOTE, del Oleoducto de Crudos Pesados, OCP y del Poliducto Shushufindi-Quito; y, a la fecha pone en serio riesgo la carretera Quito-Nueva Loja (Lago Agrio) y nuevamente las referidas infraestructuras hidrocarburíferas, sin dejar de lado una potencial futura afectación a la Central Hidroeléctrica Coca-Codo-Sinclair.
Han transcurrido ya cinco meses del primer evento destructivo y nada se ha hecho por controlarlo, a no ser la desacertada declaración del Ministro de Energía y Recursos Naturales No Renovables señalando que espera conocer el tiempo que tardaría la erosión en llegar al sistema de captación del megaproyecto hidroeléctrico Coca-Codo-Sinclair para programar las acciones necesarias. Un alto funcionario de la Estatal Petroecuador que, por su ningún conocimiento técnico hidrogeológico, manifestó que la erosión regresiva avanza porque es un fenómeno natural; y hace pocos días la Corporación Eléctrica del Ecuador, informa que realiza gestiones para contratar un estudio que aborde este delicado asunto.