Mis más sinceras felicitaciones a Manolo Sarmiento, director del documental “La muerte de Roldós”. Allí se aprecia una buena investigación, buena orientación, gran trabajo. Jaime Roldós Aguilera es presentado desde su campaña, luego como presidente dirigiéndose a su pueblo en los avatares que le toca enfrentar, entre ellos las escaramuzas bélicas del Cenepa, Mayaycu y Machinaza. Roldós se asienta en nuestro corazón como fue: inteligente, carismático, firme, delicado, honorable, pulcro, buen padre, buen esposo. Se lo siente constructor de un país libre, soberano, honrado, progresista, el país que era medido por los latidos de su gran corazón. Fue un hombre total e íntegro dedicado a su “Ecuador del alma” ¡Cuánto amó Roldós a su patria! Por eso siempre será recordado. Mas los buenos en esta barbarie, que es la política, estorban, hay que eliminarlos por utópicos, porque la política sirve para salir de la pobreza, para tener poder, para gratificar el ego; no es ninguna “ciencia ni arte” como soñó Jaime Roldós desde su altura de estadista. Todos convergen sobre Roldós para sentenciarlo a muerte, desde ese pueblo que lo llevó a ser Presidente hasta la última pifiada el 24 de mayo de 1981; los militares que recibieron órdenes del Pentágono porque no podía pasar un hombre de tanto peligro (Sanedrín-fariseos). La familia Bucaram siente el asesinato pero lamentablemente (Abdalá) desvirtúa la causa por la tentación del poder y sacrifica a las tiernas criaturas (Hamlet). Los testimonios son latigazos para los judas. ¡Qué tremendo debe ser estar frente a la conciencia y sentirse perseguido! Aquello es quizá lo más grande que traduce el documental. Roldós es la sagrada utopía, esa que le llevó a Kennedy a decir: “No preguntéis que debe hacer los Estados Unidos por vosotros, preguntad que podéis hacer vosotros por los EE.UU. El mesianismo de Jaime Roldós será para hoy, mañana y siempre. ¡Viva la patria!