Una curiosa polémica se ha desatado sobre la expresión -creo que sabatina-: “La palabra del presidente es sagrada”. El señor Pérez de Castro la reprueba acremente y el señor Zambrano Zúñiga la defiende citando figuras como hipérbole, metáfora e ironía.
En realidad, nuestro idioma es tan vasto que se presta a variadas interpretaciones según la conveniencia y es por eso que los dos lectores tienen razón. Empero, acudiendo al sentido común, pienso necesaria otra figura denominada: “Engañar con la verdad”. Esto es, pronunciar una verdad hábilmente maquillada para que parezca mentira. Mark Twain dice: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerla que ha sido engañada”.
Bismark sentencia: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Sócrates vaticina: “La mentira nunca vive hasta llegar a vieja” y Nietzsche remata: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creerte”. Como se ve, engañar con la verdad es fácil, no digamos si quien lo emprende está convencido de que “Mi credibilidad es el mejor tesoro de la revolución ciudadana” y lo dice ante fanáticos propios y en situaciones políticas y económicas difíciles.
Por mi parte, me quedo con la sentencia lapidaria de Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.