Durante estos días que parecen sacados de alguna película de horror, me he preguntado ¿en qué momento perdimos la brújula?, ¿en qué punto permitimos que la sensatez y el respeto fuesen pisoteados de esta manera? No hace falta ser un genio, para darse cuenta de que lo que hoy sucede en el país, es la nefasta consecuencia de años de odio e intolerancia.
El enemigo del pueblo hoy por hoy se solaza en las calles de Quito, manchando con sangre la justa reivindicación de los derechos sociales, se ufana enfrentado a unos con otros, inocula su veneno en contra de todo aquel que piensa distinto. El enemigo está pescando a río revuelto, y su caldo de cultivo es el odio, la ignorancia y el fanatismo. El enemigo corrompe el criterio propio, la honestidad y la decencia, y cada vez que un ecuatoriano hace suya la bandera de la violencia tratando de justificarla en nombre de protesta social, se presta a su maquiavélico juego.