En el 2012, según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo murieron 8.2 millones de pacientes con cáncer. En el 2014, según el CDC, el número de nuevos casos se estimaba en 454.8 por 100.000 habitantes y su mortalidad anual en 171.2 por 100.000 habitantes. Penosamente, los 14 millones de nuevos casos anuales se incrementarán un 70% en los próximos 20 años, por ello se invierten ingentes recursos en la investigación para el diagnóstico precoz y el tratamiento de este mal.
En el 2014, según el INEC, en el país murieron 5.612 pacientes con los cánceres más frecuentes: estómago, sangre, próstata, útero, pulmón y colon.
Es evidente que las estadísticas varían según los países y su infraestructura sanitaria y cultural y también se conoce que varios tipos de cáncer pueden prevenirse con una alimentación sana, actividad física regular, eliminando el tabaco o el alcohol, entre otros factores, pero en los países del tercer mundo no existe ni la conciencia de su prevención, ni los recursos para lograrlo.
Si en el Ecuador hay cerca de 30.000 médicos, deberíamos tener por lo menos 5.000 oncólogos, de acuerdo a los muertos por cáncer, y muchos más en base a quienes han tenido la fortuna de recuperarse. Cuando se habla de un tema tan sensible, es menester hacerlo con conocimiento, verdad, sensatez y prudencia. Agredir a quienes trabajan por aliviarlos, o por lo menos consolarlos, nos regresa a una década que creíamos superada.