El recordatorio de la Semana Santa nos trae la multitudinaria expresión de fe en un pueblo ávido de mejores días de paz, basados en la esperanza de un futuro mejor en un mundo convulsionado, donde la caridad hacia el resto de la familia humana aparece como la única solución a una convivencia que haría desaparecer los temores del auge delictivo.
La semana comienza con el apoteósico ingreso de Jesús a Jerusalén, inicio de humildad y desecho de jactancia de poder ante el pueblo, luego siguen sus mensajes alrededor del templo, demostrando que la igualdad en el hombre es un tributo a su subsistencia y a su intrínseca dignidad (lapidación a la adúltera); que la política es un acto de compromiso ante Dios, entre gobernantes y gobernados (dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César).
Continuando con la última cena, donde nace el compromiso de recordación y servicio a los demás. Seguido por la oración en el huerto, donde el hombre pone a prueba sus debilidades y su voluntad se convierte en la flor de la razón humana y de su conciencia al aceptar la muerte como pacto de amor. Más tarde, el respeto a sí mismo y a los demás, a pesar de su injustificada condena, quedan gravados en las palabras de “perdónalos porque no saben lo que hacen”. El triunfo del amor sobre las cosas e intereses materiales quedan sellados en su resurrección.
Ejemplos que debemos seguir, para que el libre albedrío de cada persona sea comprendido, matizado y apreciado por todos, en aras de la paz, desarrollo y buena voluntad.