Acá sigue en vigencia la dudosa noción de que la llamada educación en valores es necesariamente formación e instrucción religiosa, una especie de cívica de la religión. Una apariencia de que única y solamente la religión puede aportar y administrar valores y de que los valores deben estar influenciados y coloreados por la religión. Como si, en otras palabras, la religión tuviera el monopolio sobre los valores y la posibilidad de distinguir y aplicar lo correcto de lo incorrecto. Lo correcto será, por supuesto, aquello que no se aparte de la religión. Aceptar esta visión equivaldría a argumentar que solamente las personas que profesan y practican una religión tienen valores. Y que, como consecuencia lógica, las personas que no pertenecen o practican una religión, aquellas que tratan los temas religiosos con indiferencia o los que, por ejemplo, no creen en la existencia de dioses, no tienen valores. Los campeones de los valores versus, digamos, los desvalorizados, subcampeones o menos.
En una república laica – es el caso del Ecuador-, al menos en teoría por supuesto- procesar los valores de forma religiosa o identificarlos con la religión, podría resultar discriminatorio. Así, tratar desde la perspectiva de la “educación en valores” a dos personas del mismo sexo que quieran casarse es una violación de sus derechos y una contradicción con la idea misma del republicanismo. Un Estado laico debería proteger a sus ciudadanos sin que importe su orientación sexual o su creencia o falta de creencia religiosa. Que una república, claramente por prejuicios religiosos, segregue a sus propios ciudadanos es, en otras palabras, como crear escalafones: en el escalafón superior siempre estarán aquellos que militen por la “educación en valores” correcta y mayoritariamente aceptada y en los escalafones de menor valía, pues los ciudadanos que naden contra la corriente. Irónicamente, una república privada, una república que toma partido por ciertos ciudadanos en desmedro de otros .
También es discriminatorio aplicar la “educación en valores” a la discusión sobre el aborto. Si, por ejemplo también, una mujer decidiera interrumpir su embarazo, este tema debe ser tratado desde la perspectiva laica. Si a la mujer no se le reconoce el derecho a la intimidad, a la libertad sexual, a la planificación familiar y a la soberanía sobre su cuerpo el Estado, otra vez, crea categorías de ciudadanos: en una esquina aquellos que aplican los cánones de lo políticamente correcto y en la otra los que la sociedad (por prejuicios) trata como relegados y arrinconados.
Con todo lo anterior en mente pr opongo y sugiero que la educación en valores sea, en efecto, educación en los valores del laicismo: en la tolerancia a pesar de nuestras diferencias, en la valoración de la perspectiva ajena, en el respeto a los distintos estilos de vid a.