Esta perversa pandemia ha desnudado las profundas fallas que tiene nuestro sistema educativo.
Grandes mamotretos – elefantes blancos los llamó Lenin Moreno – bautizados con arrogancia como Escuelas del Milenio, ahora vacías, sin agua y sin alumnos. Escuelas rurales sin computadoras, y sin luz, baños ni techos.
Profesores sin conectividad ni destrezas suficientes para manejar la educación virtual – no son todos, claro -.
Alumnos que tienen que contestar deberes por teléfono o en mensajes escritos. Ortografía herida de muerte por el uso de los teléfonos inteligentes que matan neuronas y simplifican todo a 140 caracteres. Alumnos con clases sobre las copas de los árboles en Manabí para tener señal, y una brecha social que se expande haciendo algo más sabios a unos pocos y mucho más ignorantes a la mayoría. Miles de educandos sin computadoras que apenas si logran conectarse en un cibercafé de barrio que les cuesta un dinero que no tienen.
Hay que cambiar la educación, pero primero hay que cambiar la mentalidad y la conciencia de los poderes públicos sobre una de las prioridades. Mejorar la educación es el único camino para salir algún día del subdesarrollo.