La celebración del “centenario del nacimiento” normalmente ha sido reservada a hombres y mujeres ilustres.
Nadie recuerda a las millares de personas que existieron bajo la sombra del anonimato de la historia y que, sin embargo, en sus vidas cultivaron la honestidad al punto de no dejar legado material; honraron la palabra como el más preciado tesoro; desarrollaron su intelecto de forma autodidacta; trabajaron con dedicación y entrega absolutas y respetaron la naturaleza.
Al cumplirse cien años de su nacimiento, permítaseme evocar la memoria de mi padre: Juan Francisco Espinosa Sosa, un ecuatoriano “común y corriente”, que es orgullo y admiración de toda su familia.