Aunque parecería una ironía o un calificativo de mal gusto, nuestro querido Ecuador sigue protegido por los dioses e inundado de suerte. Si el sismo de 7.8 grados sucedía a medianoche, en temporada alta o en las grandes ciudades, los resultados habrían sido dantescos y apocalípticos. Sucedió en poblaciones de baja densidad poblacional. Los damnificados tienen que alimentarse todos los días, trabajar y estudiar, la vida no se detiene, los recuerdos van quedando y solo se mantiene un plan de rehabilitación integral.
Los ecuatorianos que tenemos una mente especial, afectuosa y solidaria hasta los límites, críticos sin razonamientos, resentidos y conformistas. Tenemos que aceptar que solo con la “planificación” técnica y la ejecución de los proyectos de mitigación se puede salir adelante. Tenemos la oportunidad en la historia de aplicar la tecnología actual, comenzar de cero y a Manabí transformarle en un potencial turístico, agrícola, desarrollar microempresarios, fortalecer la educación y ya verán a corto plazo será un verdadero icono de sitios para vivir.
Ojalá sea una verdadera oportunidad y no descuidarse ante ‘casi seguras’ catástrofes porque somos un país de alta sensibilidad.