Causa tristeza ver tan fragmentado a nuestro pequeño país. Y dudo que exista un pegamento útil para restaurarlo. Estamos viviendo en tiempos en que se evidencia una lucha sin cuartel entre fuerzas contrarias, irreconciliables.
Así vemos: ateos contra cristianos; mujeres contra hombres; gobiernistas contra opositores; ricos contra pobres; homosexuales contra heterosexuales; deslenguados contra prudentes; obesos contra atléticos; intolerantes contra generosos; dipsómanos contra abstemios; adúlteros contra monógamos; mentirosos contra veraces; corruptos contra honestos; codiciosos contra desprendidos; esclavos contra libres; ignorantes contra sabios y maliciosos contra ingenuos.
Caminamos por la vida peleando y menospreciando a los demás. Queremos a la fuerza demostrar que somos mejores que el resto, que somos los únicos dueños de la verdad. Desconocemos que la Escritura enseña: “No hay justo, ni aún uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, todos se han desviado, no hay quien haga lo bueno”. No hay que olvidar que no fuimos nosotros quienes le buscamos para pedirle perdón, sino que fue Él quien buscó la reconciliación con la humanidad, a través de la muerte de su Hijo. Debemos volver por el camino recto.