Divididos como estamos los ecuatorianos en cuanto a la aceptación o rechazo a la gestión del presidente Correa, bien se puede analizar cómo hemos llegado a esta situación: el economista asumió el cargo con todo a su favor y con un discurso que convenció a muchos porque dijo algunas verdades; pues, sin líderes que hayan intentado siquiera cambiar la idiosincrasia de nuestro pueblo, siempre hemos estado esperando a que el próximo presidente sea quien nos saque del subdesarrollo de forma milagrosa; y el progreso no es obra de un mesías sino del trabajo planificado, organizado y sostenido de toda la nación.
Empezando por los comités pro mejoras, las juntas parroquiales, los cabildos con los respectivos alcaldes, hasta llegar al gobierno central, lo que han hecho es gastar sus presupuestos en “obras” que en algo servirá para la comunidad, pero que ayuda en mucho a conseguir votos para futuras elecciones; con muy poca visión de futuro y sin involucrar ni comprometer a los actores sociales, nada de planificación; y como resultado terminan sus períodos siendo rechazados, unos, otros en cambio toman las riendas del poder y convierten al país, al cantón o a la parroquia en sus feudos desde donde ejercen un caudillismo negativo.
¿En qué fallan? Este gobierno y los anteriores no se han preocupado por trabajar en la estructura mental de los ecuatorianos para convertirlos en emprendedores; por el contrario, con las medidas populistas de subsidios y servicios gratuitos, (enfatizando en sus derechos, pero sin concientizarlos en sus obligaciones) han conseguido que una buena parte de los ecuatorianos se acostumbre a vivir del papá estado sin contribuir con su gran capacidad para crear riqueza.
El remedio para estos males está en la educación; solo una ciudadanía con buena educación e informada, no una multitud fanática que se deja convencer por demagogos, puede ser capaz de tomar decisiones acertadas para elegir a un estadista que lleve al país por los caminos del crecimiento y desarrollo.