Transcurrida la primera semana de “tranquilidad” vemos en retrospectiva todo lo que sucedió durante el largo tiempo de protestas. Más allá de las pérdidas económicas que sin duda son significativas, tenemos que tomar en cuenta algo muy importante como el aspecto social. Los actos perpetrados son un síntoma alarmante de una violencia mucho más grande, una verdadera guerra.
Saqueos, violencia de todo tipo, ataques estratégicos son el reflejo de una represión emocional hacia la sociedad. En protestas del siglo pasado no se vivió algo como lo sucedido en los 12 días de terror. Lejos de proponer el trabajo y la productividad como solución de parte de la sociedad, también debe considerarse el perdón de parte y parte. Este perdón, para nada en sentido romántico, sino como aceptación de responsabilidad y compromiso de evitar recaer. Generalizar al decir que el movimiento indígena fue el culpable, solo conlleva a una brecha de estigmatización más grande. Ahora que los hechos quedarán en la historia de nuestro país debemos reflexionar y aprender de los errores. Porque todo el odio así como la represión y el sentimiento de no sentirse escuchado, llevó a un pueblo a destruir no solo patrimonio importante sino también la confianza con el otro, con otro ecuatoriano.
Verónica Alejandra Guerra Pazmiño