El mundo cambió y tiene que enfrentar una nueva realidad. El individualismo, el regionalismo, el sectarismo ya no tienen cabida.
Somos un país mayoritariamente dedicado al comercio, más que a la producción y esto a todo nivel. Muchas ciudades en su mayoría viven de ello. Fabricamos muy poco y pocas cosas. Hay que repensar la economía a partir del análisis de las tendencias previsibles y de las nuevas opciones viables.
Significa que a más de atender la gran deuda económica que el Estado irresponsablemente contrajo; está lo correspondiente a la mitad de la población en el desempleo: jóvenes y adultos sin trabajo, los que exponen su vida en la calle ofreciendo productos de todo tipo y los que permanecen ocultos en áreas rurales.
Es urgente un cambio, aprovechando las potencialidades que posee nuestro terruño, con la diversidad propia de cada localidad. Apoyar de manera directa los emprendimientos en productos alimenticios elaborados y otros referidos a orfebrería, artesanías, por citar solo unos ejemplos.
Es por esto que el Estado, con los municipios y las cámaras de la producción deben promover, organizar asesorar y dar seguimiento permanente para que todos se obliguen a juntarse en asociaciones empresariales con participación accionaria. Ahí está la diferencia. Podrán ser sujetos de crédito que permitirá innovar y dotar de sostenibilidad en el tiempo. Será una forma inteligente de acabar con la informalidad y ver un mejor futuro. Hay que salir de la economía de sobrevivencia a una de bienestar, siendo corresponsables de los riesgos y de los beneficios. Es decir, juntos somos mejores más que individualmente.