He leído con atención las ideas que tienen respecto al consumo de drogas, el Presidente de los USA y el Nobel de Economía Friedman, publicadas en EL COMERCIO el 13 de los corrientes.
Quizá, la visión del primero obedece a su línea política de control y sanción por parte del Estado; y, la del segundo, al ordenamiento mercantil en que siempre ha creído. El Presidente propone la necesidad de que se implante la pena de muerte, al menos para los grandes traficantes y el economista neoliberal la libertad total para el comercio de estupefacientes convencido de que al eliminarse los controles, su precio descendería tanto, que casi desaparecerían los delitos originados por su demanda.
Afirma que con la legalización de las drogas, Estados Unidos “tendría la mitad de prisiones, la mitad de reclusos y 10.000 homicidios menos al año”, pues los adictos ya no tendrían que convertirse en criminales para obtener la droga, pero también afirma la posibilidad de que habría más gente consumiéndola, olvidando que cualquiera sea la cantidad que se produzca, siempre tendrá un precio, aceptado o no, según la situación económica del eventual consumidor.
Yo pienso que el consumo no solo dependerá del valor del estupefaciente, sino fundamentalmente de la orientación, buena o mala, que reciban los hijos de sus padres, de sus educadores, y, de la influencia que sobre la ciudadanía en general, ejerzan los medios de comunicación.