Antes, indagados los niños por sus padres o maestros, qué desean ser de “grandes”, un elevado porcentaje respondía, ¡Profesor! Las familias sentían orgullo cuando uno de sus miembros ejercía la docencia. La misión de educar e instruir, sin duda alguna, es la más noble y delicada tarea de la sociedad. Todas las profesiones son importantes pero, ninguna más trascendente que la del maestro. Educar es preparar al ser humano para una vida digna, afirmó el inmortal José Martí.
Hoy, las universidades y los institutos pedagógicos cada vez tienen menos demanda de matrícula, decrece en los jóvenes la inclinación hacia la docencia. Contrastando, cuando hacen un llamado la Policía y las Fuerzas Armadas, miles y miles de hombres y mujeres elegantemente vestidos, acuden.
Tanto se ha vejado al magisterio, tan mal se lo ha tratado, como que nadie que tenga la capacidad de desplegar el esfuerzo imaginativo, se halla atraído a ser miembro del ente.
Se dice que los reiterados paros han sido por mejoras salariales y qué efecto han surtido, si los educadores tradicionalmente son los más mal remunerados en el Ecuador, por ello lo de “profesores taxis”, que no son otra cosa que, héroes y heroínas anónimos que desesperados por redondear un salario digno, laboraban en dos y hasta tres instituciones.
Hoy, se les obliga a permanecer en sus locales, luego de trabajar seis agotadoras horas pedagógicas, con más de 40 estudiantes, en aulas inadecuadas y sin la tecnología necesaria. El docente está desestimulado, alicaído, amenazado por la evaluación; sí, a la evaluación, pero siempre que tenga objetivos formativos, para enmendar los errores y fortalecer los aciertos.
Los pueblos son en el futuro, lo que la educación es en el presente.