Con el inexorable devenir del tiempo, los seres humanos envejecemos. Es el proceso natural de la vida. Pasamos a ser los viejos, los ancianos, los adultos mayores o con la denominación tan eufemística de la “tercera edad”.
Lo uno o lo otro, no cambia en nada que el llegar a viejo, es sabiduría y experiencia.
Los jubilados de este país y del mundo entero, somos eso: “sabiduría y experiencia”. Pero eso no se valora, ni se le da la trascendencia e importancia que la sociedad lo demanda.
El destacado jurista, Dr. Marco Proaño Maya, en su magnífica obra Seguridad Social y Sociedad Democrática, dice: “Los adultos mayores no reclaman ni necesitan compasión de nadie. No nos interesa la opinión de quienes piensan en el adulto mayor con la visión del desvalido.
Solamente exigimos respeto y solidaridad y no ser ofendidos ni por el poder, ni por la ingratitud, ni por la maldad. Solo aspiramos como decía Benjamín Carrión a tener derecho a la salud, a la dulzura, al pan y a la libertad.
Hay que seguir luchando por la vida sin tener que sufrir por el tiempo que nos queda hasta la muerte.
La vejez no puede ser un castigo por haber vivido. Tiene que ser el final feliz, hasta que llegue el día”.
En consecuencia, exigimos un trato más justo, más humano, más solidario y más comprometido con nuestros legítimos intereses y auténticos derechos que la clase jubilada del país lo requiere y la sociedad como tal y los poderes del Estado, sean los fieles testigos y hacedores del bienestar de los viejos de hoy y de los viejos del mañana. Que no nos miren como productos de desecho. ¡Loor en su día 18 de julio, a todos los jubilados del Ecuador!