“Un día cualquiera de febrero le llegó santamente la hora del tránsito eterno”. Estas palabras escritas por Jorge Salvador Lara con motivo de los 50 años de la muerte del santo hermano Miguel (1960), pueden aplicarse al gran historiador de solera, fallecido el 8 de febrero, víspera de la fiesta de aquel a quien siempre veneró y exaltó por doquiera, toda vez que fue luminar de maestros y académicos.
Orador ciceroniano, conferencista cuya voz robusta y convincente resonaba en las más diversas ágoras, periodista de alto quilate que ha dejado estampada en la prensa perdurable huella de enseñanza y bien escribir. Desde luego, el cultivo de la historia su “afinidad electiva” para decirlo con frase de Goethe.
“Con la reciedumbre propia del roble que ha echado raíces profundas en el suelo, con entereza que le ha abroquelado contra los embates propios de la existencia humana ha cumplido las cotidianas labores o ha enarbolado su entereza cívica; no solo en conferencias y foros, incluso fuera del país o como representante de este, en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Quebrantos de salud, acerbos dolores lo han acompañado los últimos años, sin que sean rémora para su benedictina actividad o para apagar su buen humor y cordialidad con moros y cristianos.
Repito las postreras palabras con que sellé mi intervención, cuando hace una década, se le brindaba un homenaje por cumplir 75 años de vida y 50 años de magisterio universitario y de educación secundaria.
Jorge Salvador Lara ha sido una cima… ¡es tan hermoso advertir la apacible, la augusta, la sonriente serenidad de las cimas!