En el siglo XVIII algunos gobernantes europeos, uno de ellos Luis XV de Francia, generaron un sistema de gobierno denominado el “despotismo ilustrado”, cuya característica era propiciar reformas que beneficien al pueblo, pero sin renunciar a sus poderes absolutos y despóticos, por ello su lema era “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, sin embargo, propiciaron la ilustración y el enciclopedismo, las nuevas luces que al final incubaron la revolución francesa, cuya esencia es el Estado República, con la división democrática de los tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Pero en nuestro Ecuador del siglo XXI, en pleno apogeo de un absolutismo totalitario, legado de la Constitución de Montecristi, ha surgido como complemento lógico del esquema dictatorial que nos domina, la tesis trasnochada de que la división de poderes es un anacronismo, y por tanto debemos volver al absolutismo feudal, solo que hoy el rey elegido no dirá: “El Estado soy yo”, sino: “El Estado es para mí”; y los déspotas siglo XXI no dirán: “Todo para el pueblo sin el pueblo”, sino: “Todo para mí gracias al pueblo”. Esta recreación graciosa del despotismo ilustrado, en nuestro país, debería denominarse “despotismo no ilustrado”, por el entorno de improvisación audacia e ignorancia.