La imagen de una tierna e inocente niña, del último spot publicitario del Gobierno Nacional reviviendo el infausto “30S”, me trae al recuerdo la utilización, en un cercano pasado, de la imagen de los hijos de un inefable asambleísta con fines políticos, cuestión de amplia condena por parte de la opinión nacional y la correspondiente defensa de los derechos de aquellos niños. Hoy, los impulsores de la flamante Ley de Comunicación en vigencia (léase el Régimen actual), hacen uso de un recurso grotesco e indignante en la persona de esta frágil y adorable infante, para reimpulsar su teoría de una conspiración –cuestión que no ha podido ser demostrada después de ya transcurridos tres años- con una imposición de su visión y con el principio maquiavélico de que “el fin justifica los medios”, sugiriéndose incluso en el desarrollo del mensaje que, “algunos no querían dejarla nacer”. A la par, esto también me hace recordar al desaparecido filósofo Herbert Marcuse, quien al definir el propósito de imponer un tipo de pensamiento único por las clases políticas dominantes, describe sus intenciones definiendo el que “su universo del discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopólicamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados (normas o mandatos)”.
Hoy: ¿qué van a decir las instituciones que defienden los derechos humanos, en el caso de esta inerme niña, a no ser utilizada con fines políticos?
¿Cuál va ser el pronunciamiento de los entes burocráticos creados para “hacer cumplir” la Ley de Comunicación?