Demolición de la Cancillería

Cuesta asimilar el daño causado por la revolución ciudadana a mucho de lo construido en política exterior. La conducta internacional de nuestro país se había caracterizado, en mi opinión, por ser confiable, sin artimañas, discreta en figuración pero efectiva en la defensa y promoción de los intereses nacionales. De esta manera el Ecuador acrecentó su buen nombre.

Con la revolución ciudadana está a la vista el virtual aislamiento internacional del país, los recelos que generan declaraciones confusas, silencios inauditos y actos que producen vergüenza. Pero los resultados dañinos para el prestigio del país son la cara visible de la gestión de la Cancillería.

La revolución ciudadana demandó alinearse con sus postulados y procedimientos, a la par que adecuó a su conveniencia la estructura administrativa. La conciencia individual fue puesta a prueba. El cierre de espacios profesionales a los marcados por prejuicio o merecedores de velado castigo forzó en determinados casos al retiro de la carrera, por coherencia y abrumadora indefensión frente al poder. La revolución ciudadana propició lealtades y las premió con generosidad. La cuestión es asumir este factor de la demolición de la Cancillería.  

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