Con la desaparición del extravagante, oscuro y tenebroso personaje, Muamar el Gadafi, se acaba uno de los regímenes más autoritarios, déspotas, terroríficos y ladrones (robó USD 200 mil millones ) que haya conocido la humanidad.
Reza un dicho popular: “Quien a hierro mata a hierro muere”. Más tarde o más temprano, los pueblos reaccionan y cuando lo hacen, desafortunadamente, lo hacen con violencia en procura de reivindicar sus derechos y legítimos intereses. Este sátrapa criminal murió en la misma forma como despectivamente trataba a su pueblo, “como una rata”.
Sin compasión mandaba a sus pistoleros y lacayos a asesinar a quienes se oponían a su tiránico gobierno, fueron incontables los que murieron en Libia.
De otro lado, el presidente Chávez, declaró: ¡Murió como un mártir, lo asesinaron, es un atropello más a la vida! Por acá, alguien se lamentaba diciendo: ¡Qué horror, mataron también a sus hijos y nietos!
Jamás se les oyó decir media palabra en defensa del pueblo libio, víctimas de crueles asesinatos a manos de ese impío y despiadado ser. Esto se conoce con una palabra que se llama “hipocresía”.
Lo sucedido en Libia es una lección para el mundo y en especial para ciertos países latinoamericanos.