Para cualquier simpatizante de izquierda, de aquellos que veían a los trabajadores como la vanguardia de la historia, debe resultar más que agobiante repasar la historia de “La Maestra”, Elba Esther Gordillo, máxima dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación del país azteca, a quien la justicia mexicana ha puesto tras las rejas para investigar un supuesto desvío de más de USD 200 millones de las arcas de los educadores, suma que habría sido usada por la dirigente en su propio beneficio y en el de su entorno cercano. La cuenta de los excesos no ha faltado. Viajes en aviones privados, cuentas estratosféricas en almacenes de lujo, señalan que la supuesta lucha por el bienestar de los agremiados puede terminar en una nueva bochornosa demostración que, cuando de intereses económicos se trata, las banderas ideológicas no significan nada. Los ejemplos son amplios y variados. Dictadores, líderes políticos, gremiales a menudo se ven inmersos en escándalos que parecerían demostrar que, en todo el orbe, la política es una pelea a dentelladas de intereses en el que casi nada importa el servicio a la comunidad. Muy pocos se ven Al parecer no hay fórmula que inmunice a las sociedades del aparecimiento de abusos contra los bienes públicos o de terceros. Sólo una educación sólida en principios desde edades tempranas y el fortalecimiento e independencia de los distintos poderes e instituciones, puede brindar la posibilidad de aminorar el aparecimiento de estos desaguisados que minan la confianza de los electores. Si no disminuyen en número, al menos se mantiene la esperanza de que los poderes públicos actúen para sancionar a los infractores. De esa forma se mandaría una señal contundente de que esa clase de delitos no pueden permanecer en la impunidad.
P ero en la mayoría de eventos la realidad es otra. La cercanía política de los involucrados a los grupos de poder que los protegen y que, en no pocos casos, también se han beneficiado de favores de quienes cometen estos delitos, hace que el sistema haga crisis en su integridad. Esta práctica no hace distingos y lo mismo se observa desde tal o cual acera política. Los justicieros de hoy terminan de prófugos y los acusadores rápidamente pasan a la defensiva en el momento en el que, por cualquier circunstancia fuera de su control, la verdad aparece en toda su dim ensión.
La descomposición moral es un cáncer que avanza descontroladamente. Empujados por una sed de poder incontrolable, pretendiendo ponerse fuera del alcance de los órganos de justicia, los que practican estas conductas corroen los cimientos básicos de la sociedad. A más de los ingentes recursos de los que se apropian indebidamente, se sustraen la esperanza de los más necesitados de que en algún momento cambien sus precarias condiciones. Hay que combatir esta lacra antes que ella consuma todo vestigio de decencia.