Sabia y serenamente ha recibido el maestro Simón Espinosa, el Honoris Causa de la EPN. Una fotografía que testimoniaba el acto, resumía su trascendencia: una sonrisa mutua del homenajeado y la del Rector de la EPN. Los dos buenos lectores. La sabiduría del primero, producto de las clásicas lecturas y de una vida entregada a los demás. La de Alfonso Espinosa, heredero del talento de sus ancestros y sus ejecutorias de profesor universitario.
Desaparecidos de las páginas editoriales, Raúl Andrade y el padre A. Luna, Simón Espinosa ha quedado como un casi solitario de prosa cáustica y precisa para cobijar a los desprotegidos y lanzar dardos a los poderosos (cómo les habrá causado escozor su artículo: La pepa y los mitayos), que estoy seguro no entenderán sus parábolas. Lo bueno será que alguien se atreva a compilar sus escritos periodísticos, regados en tantas publicaciones periódicas y quede el testimonio de uno de los más lúcidos intelectuales de este país. Este premio enaltece a quien da y a quien recibe: Simón Espinosa y a la EPN.
En estos días tan enrarecidos en donde vivimos intoxicados de tanta sabatina y cadenas nacionales, este acto oxigena y enaltece el espíritu humano.