Un deber moral de gratitud me obliga a referirme a la crónica publicada el 24 de enero de 2016, en las páginas 1 y 2 del prestigioso Diario EL COMERCIO, sobre los créditos educativos. Tuve la suerte de ser beneficiario del Instituto Ecuatoriano de Crédito Educativo y Becas (IECE), cuando mi cantón Macará en la provincia de Loja fue diezmado por la sequía.
De no haber sido por esa ayuda, no hubiera culminado mis estudios universitarios en la ciudad de Quito. Luego tuve el honor de ser director ejecutivo de ese prestigioso Instituto, de 1984 a 1988.
La filosofía del IECE, inspirada en la trayectoria del ilustre médico colombiano Dr. Gabriel Betancourt Mejía, creado por el Sr. Dr. José María Velasco Ibarra y puesto en funcionamiento por el Sr. general Guillermo Rodríguez Lara, era la de otorgar créditos educativos a los estudiantes de escasos recursos económicos y de capacidad intelectual suficiente, privilegiando al talento humano, en la formación de profesionales que contribuyan al desarrollo social, económico y político para un Ecuador mejor.
Lamentablemente el IECE, desapareció por razones inexplicables. Su capital, que se dice era de 353 millones ha sido entregado al Banco del Pacífico, dinero producto del pago de beneficiarios anteriores y del aporte de los obreros, trabajadores y servidores público y privados que contribuían con el 0,5% en las planillas que se pagaban al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, todos los meses, de acuerdo con la ley, es lógico pensar que siendo un Banco el que concede los créditos educativos, en la actualidad, tenga que sujetarse a la rentabilidad bancaria y no a la rentabilidad social que ofrecía el IECE, con personal calificado, honesto y capacitado en lo financiero y académico para atender a los estudiantes de todo el país.